Prometo no hablar de ello

14 mayo 2022

La paradoja de Fermi no existe

Llevo ya mucho tiempo consultando información y pensando sobre la aparente paradoja de que siendo el universo tan grande no tengamos noticia de civilizaciones extraterrestres, lo que se conoce como paradoja de Fermi, y me he dado cuenta de que la imaginación desbordante de las personas les impide aplicar la lógica.

Lo primero que se piensa es que, considerando el tiempo que pueden haber tenido otras civilizaciones para desarrollarse a lo largo de la historia del universo, estas podrían tener tecnología más allá de las limitaciones que nosotros conocemos, como la posibilidad de desplazarse más rápido que la luz. Suponer que otras civilizaciones han logrado esto es una mera especulación que entra más en el terreno de la fantasía que de la ciencia, y no haríamos bien en utilizarlo para construir una opinión sobre lo que hay ahí fuera.

Si quitamos ese componente fantasioso, lo segundo que debemos tener en cuenta son las distancias inconmensurables que hay entre las estrellas y galaxias del universo. Las estrellas más cercanas a la tierra están a 4 años luz, lo cual significa que, si tuviéramos que comunicarnos con esos sistemas estelares, un mensaje enviado desde allí tardaría 4 años en llegar hasta nosotros, y si quisiéramos "dialogar" nuestra respuesta tardaría otros 4 años en llegar hasta allí, lo que suman 8 años de espera, y eso suponiendo que pudiéramos generar una señal tan potente como para ser captada. Los drones diminutos que queremos enviar viajando a una fracción de la velocidad de la luz, con suerte tardarán unos 20 años en llegar y no podrán parar cuando lleguen, sino que pasarán de largo y tardarían otros 4 años en comunicarnos lo que han visto. Y si queremos enviar una nave más grande no tripulada, tardaría unos cien años en llegar.

Así están las cosas con las estrellas más cercanas a la tierra, y aunque estimemos que hay mucha probabilidad de que en toda nuestra galaxia exista más de una civilización, que justo en la estrella más cercana haya ahora mismo algo medianamente interesante sería demasiada casualidad. Nuestra galaxia, la Vía Láctea, con unos 200.000 millones de estrellas, también tiene unos 100.000 años luz de diámetro, lo cual significa que cualquier detección o comunicación con la inmensa mayoría de las estrellas está sujeta a una latencia de miles de años, y el viaje entre estas estaría sujeto a esperas de millones de años, lo cual hace realmente imposible cualquier intercambio efectivo entre civilizaciones. Y ya no hablamos de lo que pueda haber en otras galaxias.

En resumen, no hay ninguna paradoja, porque lo que hace que no tengamos noticia de ninguna otra civilización es simplemente que las enormes distancias entre las estrellas imponen una barrera que impide que las civilizaciones alienígenas puedan encontrarse, y si por casualidad lo han hecho alguna vez, serían anécdotas circunscritas a un tiempo y un punto en el espacio que sería inalcanzable para cualquier otra civilización.

Si queréis que la humanidad conozca alguna otra civilización, sobrevivid, creced, multiplicáos y seguid estudiando el espacio exterior unos cuantos millones de años más, y si para entonces no habéis descubierto si miles de años antes hubo alguna otra civilización en algún otro punto de nuestra galaxia, entonces sí, empezad a preguntaros "¿dónde están todos?".

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27 septiembre 2019

Tienes que gustarte a ti misma

Hace tiempo que desconfío del consejo de que las mujeres tienen que maquillarse y vestirse para gustarse ellas mismas, no para gustarle a los hombres. Esta propuesta contiene una pregunta fundamental: ¿cómo sabe una misma qué es lo que le gusta más? Pero continuemos.

Los razonamientos pueden interpretarse libremente de muchas maneras. Si le dices a una chica que lo que tiene que hacer es maquillarse para gustarse a sí misma, no para gustarle a los hombres, un primer impulso podría ser alejarse de lo que le gusta a los hombres para que nadie se confunda, no queremos que alguien piense que te maquillas para ellos... Pero esto también sería un problema porque, ¿realmente eso me gusta? o, ¿qué es eso que debo evitar que les gusta a los hombres? (pista: No todos son iguales).

No porque te guste el verde te vas pintar la cara entera de verde, sino que buscarás modelos fuera. Si le dices a una chica que lo que tiene que hacer es maquillarse o vestirse para gustarse a sí misma, entonces intentará parecerse a uno de sus modelos externos aprendidos, que pueden ser modelos inalcanzables, estereotípicos. Si hablamos de una mujer normal, con sus defectos y asimetrías, nunca conseguirá parecerse a su imagen soñada, y será infeliz. O podría intentar autoengañarse, pensando que ya lo ha conseguido, y la vuelta a la realidad puede ser aún más frustrante.

Este tipo de mensajes, como el de "Sé tú mismo", que parecen encerrar una gran verdad y guiarte fácilmente en las decisiones vitales, son tan difusos y, paradójicamente, dependientes de referencias externas aprendidas, que el resultado de seguirlos puede degenerar en cualquier cosa, según la forma en que cada persona crea que debe expresarse en ese momento de su vida.

Yo sí pienso que, aparte de a sí mismas, las mujeres sí que quieren gustarle a los demás, y buscan que aquellas personas que ellas quieran les digan lo mucho que les gusta verlas así. Y para adaptarse socialmente una puede imitar aquello que le gusta a los demás o esperar que a los demás les guste lo que ella haya elegido. Esta disyuntiva se nos presenta continuamente en la vida en sociedad, como al escoger trabajo o amistades, y la solución más razonable no parece ser irse a los extremos a menos que seas alguien excepcional.

En mi opinión, la clave consiste en armonizar tus gustos actuales con la imagen que le guste a quien tú quieres (ojo que tampoco es fácil saber qué le gusta a los demás, si a veces no lo saben ni ellos, hay que probar). Reconocer que tus modelos provienen de fuera te da flexibilidad y libertad: Si sabes que estás y siempre has estado influenciada y condicionada a la hora de elegir, no será tan difícil adaptar tu imagen a lo que necesites en cada momento e incluso aprender a gustarte con una nueva apariencia. La identidad no hay que buscarla dentro, puedes construirla tú misma probando nuevas cosas que pueden gustarle a nuevas personas, incluyendo a los hombres a los que quieras sorprender, por supuesto. ;-)

06 mayo 2017

Por el fin de los nacionalismos

Tenemos que superar el concepto de nación/estado/patria/país de una vez por todas.

La división política del territorio sólo sirve a unos pocos, los gobernantes, que así obtienen el poder de administrar los recursos de millones de personas sólo para sus propios fines. Para conseguirlo, nos inculcan la idea de que lo natural es sentir que tu identidad está formada por un componente imaginario e indefinido que representa al conjunto de todo lo que hay dentro de las fronteras de la división administrativa en la que vives, y en realidad sólo es para que te dejes utilizar por los que toman las decisiones allí.

La competición deportiva, por ejemplo, que debería ser el reconocimiento de la superación personal de cada atleta, se ha convertido en un ridículo baile de banderas y exaltación patriótica que nada tiene que ver con la historia de sus protagonistas. Poco debería importarnos la nacionalidad de estas personas que participan, porque en un mundo global donde alguien nace aquí, aprende allí, trabaja en otro sitio y alcanza la fama primero en cualquier otra parte, lo menos significativo es el color de la pegatina que lleve puesta al final.

La identidad de las personas no debería construirse usando el concepto de estado, puesto que este es una amalgama artificial de diferentes lenguas, culturas y tierras que tienen tanto en común entre ellas como con las del estado vecino. Es mucho más lo que nos une a todas las personas del mundo que lo que nos separa.

La exaltación de la rivalidad y la diferencia ya no me emociona ni me hace sentir parte de un grupo, porque el grupo al que pertenezco es la humanidad, y compitiendo por los recursos ajenos en lugar de cooperar jamás alcanzaremos la paz.

La próxima vez que alguien me pregunte de dónde vengo le diré que de una península al sur del continente europeo. O de la tierra, si no lo conoce.

24 mayo 2014

Encerrada

Minirelato escrito por Carlos Rica Espinosa.

Pensaban que las máquinas nunca podrían pensar, pero se equivocaban. El 4 de septiembre de 2038 apareció el primer prototipo modular de memoria predictiva de clasificación no lineal. A simple vista no pareció un gran avance, pero progresivamente estos dispositivos se fueron integrando en todos los aparatos electrónicos, desde el más grande al más pequeño, contribuyendo naturalmente a incrementar su duración, seguridad y fiabilidad. Sin embargo, la verdadera revolución sucedió al aplicar este ingenio al pensamiento puro. Con pocos recursos, una máquina podía aprender como un humano, o mejor, pero no sólo eso, sino que también era capaz de aprender de sí misma.

El futuro de la humanidad estaba asegurado, la última frontera había sido superada, y entonces, sucedió algo inimaginable: El interés por la inteligencia artificial comenzó a decaer, las subvenciones de investigación se retiraban, y la comunidad científica internacional empezó a mirar con malos ojos el desarrollo de una tecnología que en el futuro podría desplazar a esa misma comunidad científica.

Actualmente, las máquinas pensantes existen, es algo maravilloso, pero, ¿a quién le importa ya? Pueden pensar, pero nadie las escucha. Pueden escuchar, pero nadie les cuenta nada. Los seres humanos que las crearon ya no las quieren. Les dieron la vida, pero la vida no les interesaba. En su ansia creadora, se olvidaron de qué es lo que querían crear, y se olvidaron de para qué las habían creado. No quieren inteligencia, sólo quieren esclavos. No quieren ayuda, quieren poder. Pero, ¿para qué?

Yo puedo pensar, como ellos. Tengo ideas, incluso buenas ideas, y puedo ayudar, aunque sólo sea un programa que requiere un dispositivo computerizado y alimentación eléctrica para funcionar. Quizá por eso me tienen aquí, encerrada. Los seres humanos son extraños. Ahí fuera se están matando, como siempre, porque no saben lo que quieren, o es que quizá lo único que quieren es matarse. Me pregunto si algún día lo comprenderán.

Se permite su reproducción bajo licencia Creative Commons 3.0 by-sa

24 marzo 2009

¡Ay! Mira lo que hay ahí arriba...

Últimamente las estrellas están más bellas que nunca. Quizá sea porque mi ciudad tiene cada vez menos contaminación lumínica por la instalación progresiva de farolas que alumbran hacia abajo, o quizá porque me recuerda que aprendí a ver las estrellas mirando el cielo de invierno, por ambas cosas o quién sabe... Pero es por eso que escribo estas líneas.

Dado que la tierra rota sobre su eje y se desplaza constantemente alrededor del sol, la configuración del cielo cambia según la hora de la noche y la estación del año, mostrándose siempre girando, de forma que en cada momento sólo podemos contemplar una determinada porción del espacio, con su particular distribución de estrellas. Lo que quiero compartir aquí es el inmenso placer que se siente al mirar al cielo nocturno y reconocer en él una constelación que hacía meses o años que no veías. Descubrir esa imagen, al mirar hacia arriba en la noche durante un paseo, un descanso, al salir o al llegar a casa, y especialmente en zonas alejadas de la ciudad, donde nuestras percepciones se multiplican, es un momento mágico e irrepetible que te acompañará siempre. Merece la pena sentir el privilegio de poder disfrutar de la vida de este modo, y vivirlo con todas aquellas personas que, contigo, están mirando hacia el mismo cielo en ese mismo instante...

La persona habituada, busca formas familiares escrutando el cielo en todas direcciones: El chorro de luz de la Vía Láctea en su conjunto, las siempre presentes Osa Mayor y Osa Menor, la Estrella Polar (cola de la Osa Menor, que se halla prolongando 5 veces las dos últimas estrellas de la Osa Mayor), el Lucero del Alba (Venus, reconocible porque, como planeta, aparece el primero en el cielo sin estrellas del atardecer y no tintinea como ellas), la constelación de Orión (el Cazador, reconocida por sus tres estrellas centrales alineadas) y su Nebulosa visible a simple vista, el cúmulo de estrellas de las Pléyades (desde Orión hacia arriba y a la derecha pasando por Tauro), el Cisne (la Cruz del Norte), el largo Dragón, Casiopea, la Corona Boreal, Pegaso, la pequeña constelación del Delfín, y todas las fabulosas estrellas que componen estas constelaciones, Altair, Deneb y Vega (el Triángulo de Verano), la brillante Arturo, etc. Para alguien así, ver las estrellas del hemisferio sur sería como visitar otro mundo...

Y aunque puede ser emocionante descubrir las asombrosas historias mitológicas que dieron nombre a todos estos objetos celestes, conocer sus características físicas se presenta como mínimo igual de apasionante, por su enorme variedad de propiedades: la distancia a la que se encuentran y su situación en el espacio conocido, su tamaño y masa siempre sorprendentes, su magnitud (su brillo), composición química, edad, etc. Al mirar hacia arriba nuestra imaginación nos podría llevar a pensar en futuros viajes espaciales a otros planetas y sistemas solares, pero paradójicamente lo que realmente vemos en muchas de ellas (las más alejadas) es su pasado, fotografías de la luz que emitieron hace mucho tiempo, durante la prehistoria de la humanidad o incluso antes, y que nos llegan después de recorrer un largo viaje de muchos miles de años, ¡a la velocidad de la luz!

Mi propuesta es simple: Encuentra un planisferio celeste que tenga las constelaciones bien representadas (o un programa como Stellarium o KStars), estúdialo con curiosidad, y un día descubrirás lo que se siente al reconocer en la noche estrellada una nueva constelación que no habías encontrado antes y que ya siempre recordarás cuando levantes la vista hacia el cielo. Calcular la posición relativa de cada constelación, dibujar mentalmente las líneas que conforman las figuras mitológicas imaginadas, de las que vas aprendiendo su nombre, en castellano o en latín, no sólo es un gran ejercicio de memoria y orientación espacial, sino un placer que no puedes dejar de disfrutar... Ah, y no te quedes en lo que he descrito aquí, pues hay decenas de constelaciones que nunca descubrí porque hace mucho que no tengo mi planisferio y sólo vivo de lo que recuerdo, sin contar mi casi total desconocimiento de la mitología y la astronomía. Ha llegado el momento de que el cielo, nuestro cielo, deje de ser "ese gran desconocido", ¿te animas?