Prometo no hablar de ello

24 marzo 2009

¡Ay! Mira lo que hay ahí arriba...

Últimamente las estrellas están más bellas que nunca. Quizá sea porque mi ciudad tiene cada vez menos contaminación lumínica por la instalación progresiva de farolas que alumbran hacia abajo, o quizá porque me recuerda que aprendí a ver las estrellas mirando el cielo de invierno, por ambas cosas o quién sabe... Pero es por eso que escribo estas líneas.

Dado que la tierra rota sobre su eje y se desplaza constantemente alrededor del sol, la configuración del cielo cambia según la hora de la noche y la estación del año, mostrándose siempre girando, de forma que en cada momento sólo podemos contemplar una determinada porción del espacio, con su particular distribución de estrellas. Lo que quiero compartir aquí es el inmenso placer que se siente al mirar al cielo nocturno y reconocer en él una constelación que hacía meses o años que no veías. Descubrir esa imagen, al mirar hacia arriba en la noche durante un paseo, un descanso, al salir o al llegar a casa, y especialmente en zonas alejadas de la ciudad, donde nuestras percepciones se multiplican, es un momento mágico e irrepetible que te acompañará siempre. Merece la pena sentir el privilegio de poder disfrutar de la vida de este modo, y vivirlo con todas aquellas personas que, contigo, están mirando hacia el mismo cielo en ese mismo instante...

La persona habituada, busca formas familiares escrutando el cielo en todas direcciones: El chorro de luz de la Vía Láctea en su conjunto, las siempre presentes Osa Mayor y Osa Menor, la Estrella Polar (cola de la Osa Menor, que se halla prolongando 5 veces las dos últimas estrellas de la Osa Mayor), el Lucero del Alba (Venus, reconocible porque, como planeta, aparece el primero en el cielo sin estrellas del atardecer y no tintinea como ellas), la constelación de Orión (el Cazador, reconocida por sus tres estrellas centrales alineadas) y su Nebulosa visible a simple vista, el cúmulo de estrellas de las Pléyades (desde Orión hacia arriba y a la derecha pasando por Tauro), el Cisne (la Cruz del Norte), el largo Dragón, Casiopea, la Corona Boreal, Pegaso, la pequeña constelación del Delfín, y todas las fabulosas estrellas que componen estas constelaciones, Altair, Deneb y Vega (el Triángulo de Verano), la brillante Arturo, etc. Para alguien así, ver las estrellas del hemisferio sur sería como visitar otro mundo...

Y aunque puede ser emocionante descubrir las asombrosas historias mitológicas que dieron nombre a todos estos objetos celestes, conocer sus características físicas se presenta como mínimo igual de apasionante, por su enorme variedad de propiedades: la distancia a la que se encuentran y su situación en el espacio conocido, su tamaño y masa siempre sorprendentes, su magnitud (su brillo), composición química, edad, etc. Al mirar hacia arriba nuestra imaginación nos podría llevar a pensar en futuros viajes espaciales a otros planetas y sistemas solares, pero paradójicamente lo que realmente vemos en muchas de ellas (las más alejadas) es su pasado, fotografías de la luz que emitieron hace mucho tiempo, durante la prehistoria de la humanidad o incluso antes, y que nos llegan después de recorrer un largo viaje de muchos miles de años, ¡a la velocidad de la luz!

Mi propuesta es simple: Encuentra un planisferio celeste que tenga las constelaciones bien representadas (o un programa como Stellarium o KStars), estúdialo con curiosidad, y un día descubrirás lo que se siente al reconocer en la noche estrellada una nueva constelación que no habías encontrado antes y que ya siempre recordarás cuando levantes la vista hacia el cielo. Calcular la posición relativa de cada constelación, dibujar mentalmente las líneas que conforman las figuras mitológicas imaginadas, de las que vas aprendiendo su nombre, en castellano o en latín, no sólo es un gran ejercicio de memoria y orientación espacial, sino un placer que no puedes dejar de disfrutar... Ah, y no te quedes en lo que he descrito aquí, pues hay decenas de constelaciones que nunca descubrí porque hace mucho que no tengo mi planisferio y sólo vivo de lo que recuerdo, sin contar mi casi total desconocimiento de la mitología y la astronomía. Ha llegado el momento de que el cielo, nuestro cielo, deje de ser "ese gran desconocido", ¿te animas?